Título: La gracia de Dios
Autor: Bernard Malamud
(1914-1986)
Título original: God’s grace (1982)
Traducción: Rosalía Vázquez
Cubierta: Jordi Sánchez
Editor: Plaza & Janés Editores (Barcelona)
Edición: 1ª
ed.
Fecha de
edición: 1984-05
Extensión: 250, 3 p.; 13x19
cm.: solapas
Serie: Plaza &
Janés Literaria
ISBN:
978-84-01-38029-7 (84-01-38029-4)
Depósito legal: B. 15.860-1984
Estructura: 6 partes sin
numeración, índice
Información
sobre impresión:
Este libro se
imprimió en los talleres de GRÁFICAS GUADA, S.A.
Virgen de
Guadalupe, 33
Esplugues de
Llobregat.
Barcelona
Información de
contracubierta:
Entre todos los
seres humanos, Calvin siguió viviendo, se apasionó por la supervivencia.
Después de que “djanks” y “druzhkies” se exterminaran mutuamente (y de paso el
mundo) con su guerra termonuclear, Dios habló: “Ellos han destruido mi obra: el
aire limpio que les di para respirar, el agua pura con que los bendije, la
tierra verde y fértil. Ellos desintegraron mi ozono, carbonizaron mi oxígeno,
acidularon mi refrescante lluvia. Ahora agravian a mi cosmos. ¿Cuánto habrá de
soportar el Señor?” Así que llegó el segundo Diluvio.
El paleólogo
Calvin Cohn, que se halla entregado a su trabajo en el fondo oceánico cuando
sobreviene la Devastación, es el único superviviente. Este hijo de rabino —“un
error marginal”— se encuentra, en pleno naufragio, con un chimpancé, animal
sometido a pruebas experimentales y capacitado para hablar, al que se da el
nombre de “Buz”. Pronto arriban a su isla otras criaturas: mandriles,
chimpancés y un solitario gorila.
Cohn trabaja de
firme para que Dios ame otra vez a su creación; sus esperanzas aumentan a
medida que va descubriendo lo ignoto, lo imprevisto en aquel mundo nuevo,
exótico. Según se escribió en “Library Journal”, “«La gracia de Dios» conduce a
una profunda e inesperada revelación..., espléndidamente absurda,
angustiosamente conmovedora.” Un humorismo fresco y omnipresente, una
ingeniosidad narrativa y un sentido trágico de la condición humana hacen de
esta novela el libro más extraordinario de Bernard Malamud.
Información de solapas:
BERNARD MALAMUD
Nacido en
Brooklyn en 1914 y figura destacada del grupo de escritores neoyorquinos que se
dio a conocer en los años cincuenta (Norman Mailer, Joseph Roth, Saul
Bellow...), Malamud publicó su primera novela (The Natural) en 1952 y alcanzó
gran renombre con su tercer libro (The Magic Barrel, narraciones) que fue
galardonado con el National Book Award en 1959. Esta misma recompensa la
alcanzó por segunda vez con su más famosa novela (The Fixer, publicada en
español con el título de “El hombre de Kiev”) que le valió asimismo el premio
Pulitzer de 1963 y la consagración mundial. Posteriormente publicó “Las vidas
de Dubin”, novela aclamada por la crítica norteamericana como la más lograda de
todas las suyas.
MI
COMENTARIO:
Encontré
esta novela por casualidad. Si bien hasta ahora no lo había leído, conocía el nombre
de Bernard Malamud y su importancia dentro de la narrativa judeonorteamericana
del siglo XX (aunque actualmente parece bastante olvidado). Me llamó la
atención la sinopsis de la contratapa: evidentemente es una historia
postapocalíptica, lo que la incluye de cabeza en la ciencia ficción. Al
investigar en la web, me sorprendió que tenga ese estatus de una forma más bien
difusa: en sitios especializados como The
Encyclopedia of Science Fiction apenas aparece una breve
mención, mientras que en sitios en español como Tercera
Fundación y Sitio de
Ciencia Ficción directamente no está registrada. Sí aparece en
la gran investigación que hizo el profesor Paul Brians sobre la narrativa
postapocalíptica, Nuclear
Holocausts: Atomic War in Fiction, aunque no le despertó mucho
entusiasmo. En los comentarios hechos en la entrada de God’s Grace de Goodreads
reina el desconcierto, en algunos incluso los usuarios manifiestan un rechazo
visceral. ¿Por qué? Ya veremos.
Se
desata una guerra termonuclear entre los “djanks” y los “druzhkies” (primer
chiste de los muchos que incluyó Malamud en la historia), seguida por un
diluvio universal causado por la ira de Dios. Éste se dirige al único ser
humano sobreviviente, Calvin Cohn, un paleólogo que se encontraba investigando
en las profundidades del océano cuando ocurrió el desastre. Dios reconoce que
su supervivencia fue un error menor de su parte:
—No presuponga un rostro visible en Mí,
señor Cohn. Yo no soy de esa especia, pero imagíneme, si puede. Lamento decir
que usted escapó a la destrucción por un error minúsculo. Aun siendo mío, no
fue grave; un error grave podría haber perturbado el Universo. Pues el Cosmos
ha sido concebido de tal forma que ni Yo mismo sé lo que ocurre en todas y cada
una de sus partes. No es la perfección, aunque Yo, desde luego, sea perfecto.
Así es como he ordenado mi pensamiento.
Realmente
tienen una charla demencial. Aparece aquí el Dios caprichoso del Antiguo
Testamento, cuya capacidad de cometer errores aun siendo perfecto será puesta
en entredicho varias veces en la novela, rica en consideraciones religiosas.
Cohn logra refugiarse en un barco científico, el Rebekah Q, y navega en él sin un rumbo claro. Varias veces
cuestiona a Dios por provocar un nuevo Diluvio, lo que genera truenos y
relámpagos, indicadores del enojo divino.
Días
después descubre que tiene compañía: un chimpancé que fue propiedad del doctor
Walther Bünder, famoso científico, discípulo de Konrad Lorenz. Cohn le asigna
el nombre de Buz; con el paso de los días demuestra ser muy inteligente. Lleva
un trapo alrededor de su cuello, que Cohn no se preocupa en quitar. Después de
varias jornadas, llegan a una isla, lo cual es considerado un milagro
auspicioso del propio Dios. Los dos supervivientes se acomodan en una cueva, y
se percatan que la vida animal es inexistente, no así la vegetal, que vive un
verdadero renacer. Dos semanas después, Cohn cae gravemente enfermo, lo que
adjudica al envenenamiento de la radiación y a los rayos X que aprovechan la
desaparición del ozono atmosférico. Envejece rápidamente; en medio de su
delirio, recibe la ayuda de un ser que no logra identificar (no parece ser Buz),
que lo alimenta durante varios días. Lentamente se recupera, y ve que Buz
también estuvo enfermo. Este incidente, a la postre, me resultó determinante,
aunque no parece tener importancia en las reseñas sobre la novela que pude leer:
a partir de él, la historia fue adoptando un tono cada vez más seco, llegando a
una pulsión verdaderamente robótica cerca del final. Es como si la radiación
triunfante creara una nueva realidad de los seres y sus comportamientos. Es mi
explicación apologética de la deriva cada vez más artificial que tomaron los
acontecimientos de la novela; quizás haya otra más terrenal.
Cohn
intenta restaurar un mínimo de civilización. Acondiciona la cueva, planta
legumbres y hortalizas, hace artesanías y utensilios, enseña a Buz varias
tareas hogareñas. Gracias a las notas rescatadas de Bünder, aprende los signos
para comunicarse con el chimpancé. En cierta ocasión, observa que se santigua, lo
que le hace suponer que Bünder lo inició en el cristianismo. Cohn se acostumbra
a escucha en un fonógrafo las canciones que grabó su padre en varios discos, recuperados
del barco. Una noche, los dos sienten una presencia animal: descubren a un
gorila, que se dedicará a observarlos pacíficamente, siempre fuera de la cueva,
con gran animadversión por parte de Buz. Cohn lo bautiza como George.
Una
mañana, Cohn saca el trapo que Buz llevaba en el cuello y une dos alambres de
cobre que sobresalen de allí: el mono comienza a hablar, habilidad que le
enseñó Bünder mientras experimentaba con él. A partir de ese momento, Cohn
puede contarle tanto historias bíblicas como de cultura general, lo que a veces
genera discusiones de fuerte controversia religiosa. A George le encanta estar
cerca para escucharlos. Sin embargo, a pesar de todas estas ocupaciones, Buz se
preocupa cada vez más por la carencia de una hembra.
Un día
descubren cinco chimpancés en un árbol. Cohn intenta integrarlos a su pequeño mundo
renacido, y Buz está contento porque entre ellos encuentra una hembra muy
joven, a la que llama Mary Madelyn. También está Esau, un joven de mal
carácter, autocoronado “Macho Alfa” del grupo, obsesionado sexualmente con esta
chimpancé al igual que Buz. Desde este punto la historia se va complicando, con
Cohn tratando de educar a sus simios, y éstos aparentemente aceptando su
liderazgo. Increíblemente, su humanidad atrae a la joven Mary, y los dos
terminan siendo amantes y progenitores de una bebé, esperanza de una nueva raza
homínida que supere los errores del homo sapiens. Miré al incidente radioactivo
con mayor cariño a medida que avanzaba la historia, porque permitía darle un
motivo racional (digamos) a la creciente inverosimilitud. Todo se complica,
primero, con la aparición de más chimpancés, y luego, con el establecimiento de
un grupo de babuinos, que genera un gran resentimiento entre sus parientes
simiescos. Cohn sigue con su tarea educativa y civilizadora (parece un progre
argentino); sintiéndose un nuevo Moisés, dicta sus propios mandamientos, a los
que llama “admoniciones” para evitar la cólera del Todopoderoso (que a esta
altura de la narración se encuentra muy silencioso). Todo parece marchar bien,
hasta que Esau embosca y mata a una joven babuina, a la que despedaza y devora,
compartiendo los restos con los otros chimpancés. La sociedad pacífica y
herbívora que laboriosamente construyó Cohn se derrumba de golpe. Su hija
híbrida también cae víctima de la violencia de los machos del grupo. Cohn se
venga rompiendo los alambres del cuello de Buz, lo que elimina la comunicación
oral entre él y los simios, quienes vuelven a su estado salvaje. En el breve capítulo
final, Buz intenta sacrificar a Cohn, invirtiendo el esquema del relato de
Abraham y su hijo Isaac, mientras George, irónicamente, parece hacerse con la
tradición judía.
El
libro fue tornándose cada vez más extremo, en su contenido pero sobre todo en
el estilo narrativo, como si al apocalipsis militar y natural siguiera la
clausura de cualquier ambición literaria. Me pregunto hasta qué punto Malamud
lo ejecutó de manera consciente. Philip Roth, otro gran escritor
judeonorteamericano, seguidor, amigo, casi heredero (y por momentos rival) de
Malamud, en el espinoso obituario que escribió días después de su
fallecimiento, comentó que en sus últimos años había sufrido graves problemas
de salud. También subrayó una característica muy particular de Malamud, que era
el manejo escueto que tenía del idioma inglés, debido quizás por haberlo
aprendido en paralelo con su lengua materna hebrea. Se me ocurre que estos dos
factores influyeron en la sequedad, contundencia y casi urgencia de las frases
y acciones de los protagonistas. Me gustó La
gracia de Dios aunque desde cierto desconcierto. En todo caso, siempre es
estimulante leer algo sorprendente.