sábado, 7 de enero de 2023

LA GRACIA DE DIOS, de Bernard Malamud (Plaza & Janés)

Título: La gracia de Dios
Autor: Bernard Malamud (1914-1986)
Título original: God’s grace (1982)
Traducción: Rosalía Vázquez
Cubierta: Jordi Sánchez
Editor: Plaza & Janés Editores (Barcelona)      
Edición: 1ª ed.
Fecha de edición: 1984-05
Extensión: 250, 3 p.; 13x19 cm.: solapas
Serie: Plaza & Janés Literaria
ISBN: 978-84-01-38029-7 (84-01-38029-4)
Depósito legal: B. 15.860-1984
Estructura: 6 partes sin numeración, índice
Información sobre impresión:
Este libro se imprimió en los talleres de GRÁFICAS GUADA, S.A.
Virgen de Guadalupe, 33
Esplugues de Llobregat.
Barcelona
 
Información de contracubierta:
Entre todos los seres humanos, Calvin siguió viviendo, se apasionó por la supervivencia. Después de que “djanks” y “druzhkies” se exterminaran mutuamente (y de paso el mundo) con su guerra termonuclear, Dios habló: “Ellos han destruido mi obra: el aire limpio que les di para respirar, el agua pura con que los bendije, la tierra verde y fértil. Ellos desintegraron mi ozono, carbonizaron mi oxígeno, acidularon mi refrescante lluvia. Ahora agravian a mi cosmos. ¿Cuánto habrá de soportar el Señor?” Así que llegó el segundo Diluvio.
El paleólogo Calvin Cohn, que se halla entregado a su trabajo en el fondo oceánico cuando sobreviene la Devastación, es el único superviviente. Este hijo de rabino —“un error marginal”— se encuentra, en pleno naufragio, con un chimpancé, animal sometido a pruebas experimentales y capacitado para hablar, al que se da el nombre de “Buz”. Pronto arriban a su isla otras criaturas: mandriles, chimpancés y un solitario gorila.
Cohn trabaja de firme para que Dios ame otra vez a su creación; sus esperanzas aumentan a medida que va descubriendo lo ignoto, lo imprevisto en aquel mundo nuevo, exótico. Según se escribió en “Library Journal”, “«La gracia de Dios» conduce a una profunda e inesperada revelación..., espléndidamente absurda, angustiosamente conmovedora.” Un humorismo fresco y omnipresente, una ingeniosidad narrativa y un sentido trágico de la condición humana hacen de esta novela el libro más extraordinario de Bernard Malamud.
 
Información de solapas:
BERNARD MALAMUD
Nacido en Brooklyn en 1914 y figura destacada del grupo de escritores neoyorquinos que se dio a conocer en los años cincuenta (Norman Mailer, Joseph Roth, Saul Bellow...), Malamud publicó su primera novela (The Natural) en 1952 y alcanzó gran renombre con su tercer libro (The Magic Barrel, narraciones) que fue galardonado con el National Book Award en 1959. Esta misma recompensa la alcanzó por segunda vez con su más famosa novela (The Fixer, publicada en español con el título de “El hombre de Kiev”) que le valió asimismo el premio Pulitzer de 1963 y la consagración mundial. Posteriormente publicó “Las vidas de Dubin”, novela aclamada por la crítica norteamericana como la más lograda de todas las suyas.


MI COMENTARIO:
Encontré esta novela por casualidad. Si bien hasta ahora no lo había leído, conocía el nombre de Bernard Malamud y su importancia dentro de la narrativa judeonorteamericana del siglo XX (aunque actualmente parece bastante olvidado). Me llamó la atención la sinopsis de la contratapa: evidentemente es una historia postapocalíptica, lo que la incluye de cabeza en la ciencia ficción. Al investigar en la web, me sorprendió que tenga ese estatus de una forma más bien difusa: en sitios especializados como The Encyclopedia of Science Fiction apenas aparece una breve mención, mientras que en sitios en español como Tercera Fundación y Sitio de Ciencia Ficción directamente no está registrada. Sí aparece en la gran investigación que hizo el profesor Paul Brians sobre la narrativa postapocalíptica, Nuclear Holocausts: Atomic War in Fiction, aunque no le despertó mucho entusiasmo. En los comentarios hechos en la entrada de God’s Grace de Goodreads reina el desconcierto, en algunos incluso los usuarios manifiestan un rechazo visceral. ¿Por qué? Ya veremos.
Se desata una guerra termonuclear entre los “djanks” y los “druzhkies” (primer chiste de los muchos que incluyó Malamud en la historia), seguida por un diluvio universal causado por la ira de Dios. Éste se dirige al único ser humano sobreviviente, Calvin Cohn, un paleólogo que se encontraba investigando en las profundidades del océano cuando ocurrió el desastre. Dios reconoce que su supervivencia fue un error menor de su parte:

—No presuponga un rostro visible en Mí, señor Cohn. Yo no soy de esa especia, pero imagíneme, si puede. Lamento decir que usted escapó a la destrucción por un error minúsculo. Aun siendo mío, no fue grave; un error grave podría haber perturbado el Universo. Pues el Cosmos ha sido concebido de tal forma que ni Yo mismo sé lo que ocurre en todas y cada una de sus partes. No es la perfección, aunque Yo, desde luego, sea perfecto. Así es como he ordenado mi pensamiento.

Realmente tienen una charla demencial. Aparece aquí el Dios caprichoso del Antiguo Testamento, cuya capacidad de cometer errores aun siendo perfecto será puesta en entredicho varias veces en la novela, rica en consideraciones religiosas. Cohn logra refugiarse en un barco científico, el Rebekah Q, y navega en él sin un rumbo claro. Varias veces cuestiona a Dios por provocar un nuevo Diluvio, lo que genera truenos y relámpagos, indicadores del enojo divino.
Días después descubre que tiene compañía: un chimpancé que fue propiedad del doctor Walther Bünder, famoso científico, discípulo de Konrad Lorenz. Cohn le asigna el nombre de Buz; con el paso de los días demuestra ser muy inteligente. Lleva un trapo alrededor de su cuello, que Cohn no se preocupa en quitar. Después de varias jornadas, llegan a una isla, lo cual es considerado un milagro auspicioso del propio Dios. Los dos supervivientes se acomodan en una cueva, y se percatan que la vida animal es inexistente, no así la vegetal, que vive un verdadero renacer. Dos semanas después, Cohn cae gravemente enfermo, lo que adjudica al envenenamiento de la radiación y a los rayos X que aprovechan la desaparición del ozono atmosférico. Envejece rápidamente; en medio de su delirio, recibe la ayuda de un ser que no logra identificar (no parece ser Buz), que lo alimenta durante varios días. Lentamente se recupera, y ve que Buz también estuvo enfermo. Este incidente, a la postre, me resultó determinante, aunque no parece tener importancia en las reseñas sobre la novela que pude leer: a partir de él, la historia fue adoptando un tono cada vez más seco, llegando a una pulsión verdaderamente robótica cerca del final. Es como si la radiación triunfante creara una nueva realidad de los seres y sus comportamientos. Es mi explicación apologética de la deriva cada vez más artificial que tomaron los acontecimientos de la novela; quizás haya otra más terrenal.
Cohn intenta restaurar un mínimo de civilización. Acondiciona la cueva, planta legumbres y hortalizas, hace artesanías y utensilios, enseña a Buz varias tareas hogareñas. Gracias a las notas rescatadas de Bünder, aprende los signos para comunicarse con el chimpancé. En cierta ocasión, observa que se santigua, lo que le hace suponer que Bünder lo inició en el cristianismo. Cohn se acostumbra a escucha en un fonógrafo las canciones que grabó su padre en varios discos, recuperados del barco. Una noche, los dos sienten una presencia animal: descubren a un gorila, que se dedicará a observarlos pacíficamente, siempre fuera de la cueva, con gran animadversión por parte de Buz. Cohn lo bautiza como George.
Una mañana, Cohn saca el trapo que Buz llevaba en el cuello y une dos alambres de cobre que sobresalen de allí: el mono comienza a hablar, habilidad que le enseñó Bünder mientras experimentaba con él. A partir de ese momento, Cohn puede contarle tanto historias bíblicas como de cultura general, lo que a veces genera discusiones de fuerte controversia religiosa. A George le encanta estar cerca para escucharlos. Sin embargo, a pesar de todas estas ocupaciones, Buz se preocupa cada vez más por la carencia de una hembra.
Un día descubren cinco chimpancés en un árbol. Cohn intenta integrarlos a su pequeño mundo renacido, y Buz está contento porque entre ellos encuentra una hembra muy joven, a la que llama Mary Madelyn. También está Esau, un joven de mal carácter, autocoronado “Macho Alfa” del grupo, obsesionado sexualmente con esta chimpancé al igual que Buz. Desde este punto la historia se va complicando, con Cohn tratando de educar a sus simios, y éstos aparentemente aceptando su liderazgo. Increíblemente, su humanidad atrae a la joven Mary, y los dos terminan siendo amantes y progenitores de una bebé, esperanza de una nueva raza homínida que supere los errores del homo sapiens. Miré al incidente radioactivo con mayor cariño a medida que avanzaba la historia, porque permitía darle un motivo racional (digamos) a la creciente inverosimilitud. Todo se complica, primero, con la aparición de más chimpancés, y luego, con el establecimiento de un grupo de babuinos, que genera un gran resentimiento entre sus parientes simiescos. Cohn sigue con su tarea educativa y civilizadora (parece un progre argentino); sintiéndose un nuevo Moisés, dicta sus propios mandamientos, a los que llama “admoniciones” para evitar la cólera del Todopoderoso (que a esta altura de la narración se encuentra muy silencioso). Todo parece marchar bien, hasta que Esau embosca y mata a una joven babuina, a la que despedaza y devora, compartiendo los restos con los otros chimpancés. La sociedad pacífica y herbívora que laboriosamente construyó Cohn se derrumba de golpe. Su hija híbrida también cae víctima de la violencia de los machos del grupo. Cohn se venga rompiendo los alambres del cuello de Buz, lo que elimina la comunicación oral entre él y los simios, quienes vuelven a su estado salvaje. En el breve capítulo final, Buz intenta sacrificar a Cohn, invirtiendo el esquema del relato de Abraham y su hijo Isaac, mientras George, irónicamente, parece hacerse con la tradición judía.
El libro fue tornándose cada vez más extremo, en su contenido pero sobre todo en el estilo narrativo, como si al apocalipsis militar y natural siguiera la clausura de cualquier ambición literaria. Me pregunto hasta qué punto Malamud lo ejecutó de manera consciente. Philip Roth, otro gran escritor judeonorteamericano, seguidor, amigo, casi heredero (y por momentos rival) de Malamud, en el espinoso obituario que escribió días después de su fallecimiento, comentó que en sus últimos años había sufrido graves problemas de salud. También subrayó una característica muy particular de Malamud, que era el manejo escueto que tenía del idioma inglés, debido quizás por haberlo aprendido en paralelo con su lengua materna hebrea. Se me ocurre que estos dos factores influyeron en la sequedad, contundencia y casi urgencia de las frases y acciones de los protagonistas. Me gustó La gracia de Dios aunque desde cierto desconcierto. En todo caso, siempre es estimulante leer algo sorprendente.

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