jueves, 3 de julio de 2014

EL SECUESTRO DEL TRANSATLÁNTICO, de Ernest Lehman (Ultramar)

Título: El secuestro del transatlántico
Autor: Ernest Lehman
Título original: The French Atlantic affair (1977)
Traducción: Edith Zilli
Cubierta: Garcés/Bosch
Editor: Ultramar Editores (Barcelona)
Edición: 1ª ed. bolsillo
Fecha de edición: 1983-02
Extensión: 383 p.; 12x17,5 cm.
Serie: Grandes éxitos bolsillo
ISBN: 978-84-7386-323-0 (84-7386-323-2)
Depósito legal: NA-67-1983
Estructura: 40 capítulos, epílogo
Información sobre impresión:
Gráficas Estella. Estella (Navarra). 1983

Información de cubierta:
“... con 3.000 pasajeros a bordo y un rescate impagable...”
“Imposible abandonar su lectura”. Sidney Sheldon.

Información de contracubierta:
El mundo entero cree que hace su travesía regular de Nueva York a El Havre con 3.000 pasajeros a bordo. Y de repente unas pocas personas en tierra y mar conocen la asombrosa verdad: el transatlántico “Marseille”, de 65.000 toneladas, orgullo de las Líneas Francesas del Atlántico, ha sido secuestrado secretamente en mitad del océano por 174 oscuros conspiradores y desviado hacia un punto en el Atlántico Sur. A menos que se pague un rescate de 35.000.000 de dólares en oro, en cuarenta y ocho horas, el transatlántico y todos sus pasajeros volarán por los aires.
En una lucha contra reloj, un grupo diverso de hombres y mujeres en París, Nueva York, Washington, el Sur de California y en el Océano Atlántico, se afanan por conseguir el mismo objetivo: impedir la inminente catástrofe.
Entre ellos hay un célebre novelista americano de dudosa moralidad; un doctor especialista en geriatría, radio aficionado obsesivo y su atractiva y sexualmente frustrada esposa; el capitán del buque, exhausto emocionalmente; el director general de las Líneas Francesas del Atlántico en París; los Presidentes de Francia y Estados Unidos; una fascinante y joven periodista; el jefe de la Policía Francesa; un productor-escritor de televisión en Beverly Hills y su valerosa mujer; un vicepresidente de la cadena de noticias CBS en Nueva York; un grupo de cerebros eminentes de la “Remo Corporation” de Malibú; y un ordenador gigante llamado 307.
Escrita con el estilo ágil que conviene a su intriga internacional, con personajes mordaces y acción endiablada, EL SECUESTRO DEL TRANSATLÁNTICO es una lectura entretenida y absorbente que ha dado origen a una sede de T.V. protagonizada por Telly Savalas, Jean Pierre Aumont, Horst Bucholz, José Ferrer, Donald Pleasance, Michelle Phillips, Chad Everett, Marie-France Pisier, Louis Jourdan, James Coco y Shelley Winters.

MI COMENTARIO:
Apilamiento de personajes. Bien podría ser la expresión que sintetiza esta novela, y muchos de los bestsellers que pulularon en los años setenta y que hasta ahora aparecen en las librerías. El problema es que esta fórmula de ofrecer una galería de individuos caracterizados a los brochazos en general cansa al lector, a no ser que esté interesado particularmente en la temática de la obra.
Un transatlántico francés, el “Marseille”, es secuestrado por un gran número de complotados, en su mayoría estadounidenses. No se sabe bien qué perfil tienen: solamente pretenden un rescate multimillonario o de lo contrario volarán el buque. El capitán hace lo posible por evitar ese desenlace, mientras una variedad extravagante de personas, desde presidentes hasta ciudadanos comunes, juegan sus habilidades y sus falencias en esta situación. Uno de ellos es el escritor Harold Columbine, una parodia de Harold Robbins, el rey de la novelística norteamericana de masas desde los ’60 hasta los ’80. No sé si Lehman lo agregó como homenaje, cargada o promoción de su propia novela.
Llegué hasta la mitad del libro. Lo dejé porque me cansaron las escenas de relleno que el autor agrega sin interés alguno que no sea estirar la lectura hasta llegar a la página 383. Hay mucho diálogo innecesario, muy de telenovela aburrida de la tarde. Si hay algo que destacar es el ingrediente preponderante de las novelas de los ’70: el sexo. Cada uno de los personajes termina acostándose con otro, o da a entender que está muy dispuesto a hacerlo. A veces Lehman llega a descripciones explícitas, aunque con reiteraciones de frases que dan una tibia gracia (“¡Oh, Dios mío! ¡Oh, cariño…! ¡Oh, Dios mío...!”).
Hay una miniserie que se hizo sobre el libro. Quizás sea uno de esos casos donde conviene mirar en vez de leer.