Autor: John Hawkes (1925-1998)
Título original: Travesty (1976)
Traducción: Lucrecia Moreno de Sáenz
Editor: Editorial Sudamericana (Buenos Aires)
Fecha de edición: 1977-05-27
Primera edición: 1975-03
Descripción física: 138 p.; 12x17,5 cm.
Estructura: divisiones sin numeración
Información sobre impresión:
Esta edición de 3.000 ejemplares se terminó de imprimir el día veintisiete de mayo del año mil novecientos setenta y siete en los talleres gráficos de la Compañía Impresora Argentina, S.A., calle Alsina 2049 - Buenos Aires.
Información de cubierta:
Viaje hacia la muerte a través de sexo, mito, imaginación, absurdo
Información de contracubierta:
Travestía: viaje y mimodrama a la vez; desplazamiento en el espacio y en el interior de una conciencia que asume un papel en una representación secreta.
En el sur de Francia, un elegante automóvil deportivo se hunde en la noche. Tres pasajeros: el conductor, su hija, su mejor amigo, que demás es el amante de su mujer. Los tres avanzan hacia la muerte, guiados por la voluntad del conductor, único, inexorable narrador del drama. A través de una serie de monólogos que van formando la trama del relato, el conductor justifica su designio de muerte.
Como esa otra apasionante aventura verbal y psíquica que es El sueño, la muerte y el viajero, relato anterior de John Hawkes, Travestía es una exploración en el ámbito de la sexualidad, el mito, la imaginación, el absurdo.
MI COMENTARIO:
Con el avance de la narración, va quedando claro que el narrador de la novela ha secuestrado a otras dos personas (su hija Chantal y su amigo Henri, amante de su mujer Honorine). El narrador también es el conductor de auto donde van los tres, al cual dirige a un choque planificado que terminará matándolos. Mientras conduce, en su relato mezcla recuerdos personales, recriminaciones a sus prisioneros y opiniones del más variado tipo. Después de pasar cerca del castillo donde vive su mujer, el conductor encara el último tramo de su carrera homicida, prometiendo que no quedará nadie con vida.
Quería leer algo “distinto” y recurrí a esta novela relativamente corta de John Hawkes, escritor norteamericano que en su tiempo tuvo algún impacto en la novelística de su país debido a sus historias controversiales. Terminé Travestía con sentimientos encontrados. Por un lado, su faceta más experimental, con el uso de la segunda persona que hace el protagonista cuando se dirige a sus acompañantes, al principio propone una experiencia innovadora, pero con el correr de los párrafos termina en un juego verbal bastante pobre, con recuerdos y reclamos que no me interesaron (da la sensación que Hawkes incorporó asuntos personales que a nadie le podrían importar, como su opinión sobre los servicios médicos). Por otro lado, al terminar de leer la última línea, me invadió una gran sensación de tristeza por el narrador, sobre todo por dos de sus recuerdos, que parecen explicar su locura. Uno es sobre la breve vida de su hijo Pascal, truncada en algún momento de su infancia:
El hecho es que Pascal entraba, con un mohín en los labios, silencioso, mostrándose con un abdomen más grande que nunca, como algún pez exótico lleno de aire, y en mi propio despertar de mi sueño veía esa regordeta desnudez y la luz reflejada en su pelo fino y dorado. Y el labio, el bello labio inferior proyectado y húmedo en su mensaje inconfundible, que era la dicha de todos cuantos lo mirábamos, aunque en cambio no había nada en el mundo que le diera dicha a él. Demasiado maduro, demasiado hermoso, demasiado orgulloso, causando agrado pero nunca agradado, tal era el destino y el carácter que había creado para sí ya a esa edad temprana. Allí estaba siempre, de todos modos, los ojos pardos y acusadores, la luz del sol derramada sobre el punto donde estaba de pie, la diminuta canilla curvada y sedosa en la base del abdomen. En momentos como aquél el fauno del tapiz se estremecía al verlo y la paloma de plata sobre la cómoda de Honorine parecía levantar vuelo.
El otro es sobre la intensa relación pasional con Monique, una chica que aceptó acompañar sus juegos eróticos, hasta el día que el protagonista la somete a una paliza sádica, que ella devuelve con brutalidad
Me dio de latigazos. Me castigó con júbilo. Y aquello no fue todo.
Cuando por fin se detuvo, no a causa de la fatiga sino porque no soportaba ya su exaltación, arrojó el portaligas destrozado en el mismo punto de mi cuerpo que había golpeado con tanta furia. Fue un gesto de soberbio desdén. Y como si aquel gesto de desdén no fuera suficiente, miró rápidamente por todo el cuarto sin hallar nada, prisionera de la intensidad de su desesperación y deseo evidente y en un estado de máxima furia y exasperación se arrojó junto a mí en los almohadones y con los dedos furiosos de las dos manos se produjo un orgasmo que habría satisfecho hasta a un gato embolsado. Por lo menos satisfizo a Monique. En mi derrota y malestar también yo sentí cierto alivio, cierta alegría por Monique y si en medio de mi impotencia y mi dolor hubiese podido, con todo, fotografiar su expresión de beatitud, no cabe duda de que habría instalado mi trípode y provocado el fogonazo enceguecedor. De hecho sólo atiné a escuchar el ruido de la lluvia y por fin, arrastrándome sobre rodillas y manos, avancé hasta mi ropa.
Se podría pensar que el secuestrador racionalizó su exilio de la felicidad y que eso lo determinó a realizar este viaje suicida y homicida. Igual se impone el misterio. Sería necesario conocer mejor al autor, su estilo y sus ideas para desentrañar este breve viaje vertiginoso y demente que resultó la lectura de Travestía.
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