Título: Darakan el pistolero
Autor: Claude Klotz
(1932-2010)
Título original: Darakan (1978)
Traducción: María
Guadalupe González F.,
Editor: Ediciones
Roca (México)
Edición: 1ª ed.
Fecha de edición:
1979-11-14
Extensión: 284 p.
; 14x21 cm.: solapas
ISBN: 978-968-21-0117-5
(968-21-0117-4)
Estructura: capítulos
sin numerar
Información sobre
impresión:
Esta obra se terminó
de imprimir el día 14 de noviembre de 1979 en los talleres de Gálvez
Impresores, S.A. Monserrat 97 México 20, D.F. La edición consta de 8 000
ejemplares
Información de
contracubierta:
Una historia violenta,
que estalla como una fruta madura, una historia de amor en un triángulo
dantesco y anormal, una historia truculenta y cinematográfica, que no tiene
precedentes en el género.
Información de solapas:
Desde las calcinadas
costas de una isla griega surge la figura de un hombre reposado, maduro y casi
paternal. Lo acompaña un niño mutilado que arrastra un par de muletas. Su
exilio, largo y voluntario, ha finalizado. Nadie puede desaparecer en el
anonimato y menos un hombre como Darakan. Karl Stephan debe morir. Él, que vive
en una fortaleza aislada, oculto tras cien puertas, la última de ellas de
acero, custodiado por veinte hombres y un arsenal, él, debe morir. Darakan debe
hacerlo, no importa el por qué sino cuánto se paga para que otro muera. Esas
son las leyes de un pistolero a sueldo, Y lo hubiera hecho antes si no se
hubiera entrometido una jorobada casi hermosa: Shirley, Shirley... Stephen. Una
historia violenta, que estalla como una fruta madura, una historia de amor en
un triángulo dantesco y anormal, una historia que Claude Klotz ha sabido llevar
por los caminos de lo truculento y cinematográfico, que no tiene precedentes en
el género.
MI COMENTARIO:
Darakan, un veterano sicario que vive en una isla griega, es
contratado para matar a Karl Stephen, un potentado norteamericano, supuesto
dueño de un conglomerado de fábricas químicas que en realidad pertenece a la
mafia. El pagador es Carlo Bageran, otro mafioso residente en Italia, primo de
Stephen con el cual tuvo en su juventud una gran sociedad de la que obtuvieron
enormes ganancias. Sin embargo, después de un oscuro incidente, Bageran se
enemistó con él y siguió su carrera financiera en Europa. Después de recibir
una llamada misteriosa, decide eliminar a su antiguo socio.
Desde hace unos pocos meses, Darakan vive retirado de su
vida de asesino; lo hace en la compañía de un niño sin nombre, al cual le falta
una pierna.
Todos los días salen
el hombre y el niño enfermo, desnudos y bronceados.
Viven aquí desde abril
y este año el verano llegó pronto. El cuerpo del niño es de bronce; solamente
las cicatrices que van de la cadera hasta el muñón siguen siendo pálidas,
rastros rectilíneos que evocan, con su precisión, el rigor del utensilio que
los trazó.
Como todos los días, a
esta hora, bajan, nadan en las aguas verdes de la caleta y juegan bajo el agua,
teniendo cuidado de los erizos y de los pulpos, dejándose hundir por los
penachos de burbujas, con los ojos muy abiertos y los cuerpos relajados y
deformados por el prisma de la ola. El niño ríe.
Klotz no lo expresa directamente, pero queda la sensación de
que los dos tienen algún tipo de relación amorosa. Sería una de las tantas
relaciones extremas, anormales que se dan en la novela. En cierto momento se menciona
que Darakan se vio involucrado accidentalmente en la amputación de la pierna
del niño, y que se quedó con él a partir de allí.
Una vez en California y antes de llegar a Stephen, Darakan
conoce a su hija Shirley, una chica que sufre la condición de ser jorobada. La
conoce en un accidente de tránsito, donde ella choca al niño de Darakan.
Mientras están en el hospital, montan en deseo y hacen el amor; Shirley se
confiesa, al mejor estilo Crash de
J.G. Ballard:
—En el instante en que
sentí el choque contra el automóvil, cuando lo vi aplastarse, yo... tuve deseos
de un hombre.
—Shirley Stephen
derriba a un niño y encuentra en este accidente el valor para dejar de ser virgen,
eso hace un día memorable.
Ella se levantó.
—Antes no podía —dijo
ella—. Soy jorobada, y pensaba pagarle a un hombre para que me hiciera el amor;
le habría pagado muy caro y él me hubiera obedecido en todo.
—Demasiado tarde.
La pasión estalla una y otra vez:
Ella lo atrajo y el
calor repentino de su lengua penetró en su boca; él se dio cuenta entonces de
cuánto había deseado que Shirley hiciera eso.
Darakan asió el cierre
automático y escuchó el ruido amortizado de los zapatos de la joven cayendo sobre
el tapete del suelo.
La levantó y ella
quedó encima de él, montada. Le tomó la nuca y la inclinó. Los cabellos
barrieron su rostro y, bajo el dosel perfumado, ya no hubo más que tinieblas
gimientes. La mano del hombre fue hacia la palanca de velocidades, se separó y
sus dedos progresaron silenciosamente sobre la piel del asiento vecino.
—Te amo —dijo ella.
Él comprendió que le
quedaba muy poco tiempo antes del orgasmo; llegaba una ola irrefrenable, subía
desde muy lejos, de un centro sensible y primordial; nada podía ponerle dique,
era terrible y fastuosa, poderosa y oscura como una tormenta. Iba a estallar en
millones de estrellas y, como las olas sobre los arrecifes, ésa sería a la vez
fiesta luminosa e inmaculada de la espuma y del verde denso y pesado de las
aguas marinas.
Ella gritó en la noche
y su rostro invertido subió muy lejos; él se tendió en el perfecto placer, en
el que se mezclan furia y calma. Ella se hundió, y cuando sus párpados se
cerraban y cada músculo languidecía hasta poblar los extremos límites del
espacio, él sintió, en el exterior de la mano, el frío metálico de la llave.
Mientras le saca información para atentar contra su padre, Darakan
se enamora de Shirley; entiende que ese amor es la última primavera de una vida
con escasos momentos en esa estación. “No
dejes de amarme, volvería a ser gris”, dice en cierto momento. Llegado el
día, envía a la casa de Stephen a sus socios Wilfrid Schnagel y Cab Rodef con
el fin de matarlo; decidiéndose a no perder a Shirley, le avisa con un llamado
telefónico para que huya antes de la balacera. El atentado falla y Rodef es
asesinado por los guardaespaldas de Stephen; Shirley se salva, pero es violada
por un vigilante de la casa cuando intenta huir para ver a Darakan. Enviada a
Europa, es seguida y encontrada por su amado, que viaja con el misterioso niño.
El mercenario le cuenta que fue el responsable del intento de asesinato y que
está dispuesto a averiguar quién lo traicionó alertando a Stephen. En Marrakech
encuentra a Schnagel, del cual sospecha. Éste también sufrió un reciente
atentado en Barcelona, y le echa la culpa a Czeverdian, el intermediario que usó
Bageran para contratarlos. Schnagel muere electrocutado en el metro de París,
mientras es perseguido por la policía. Darakan es atrapado en el sur de Francia
por los hombres de Stephen y trasladado a Florencia, donde confiesa que Bageran
ordenó su asesinato. Aparece en escena Paolo Calfieri, capomafia de Italia y
Estados Unidos, el verdadero jefe de Stephen.
Darakan sabe quién es
Calfieri.
En 1952, en Licata,
fueron colgados de las ventanas del palacio Elrizzitrans formado en tribunal,
en racimos sangrientos, cuarenta y dos hombres, en grupos de cinco, en la misma
cuerda, y rematados con postes veinticuatro horas más tarde. Algunos vivían
todavía.
En el automóvil que lo
llevaba al aeropuerto de Messina iba el hombre que había presidido, decidido y
llevado a cabo la ejecución: Paolo Calfieri.
Después de su partida,
la isla permaneció postrada y el poblado se quedó vacío de vida. La mujer de
Federico Veinnato, jefe del pueblo, uno de los primeros colgados, dejó el país
con sus cuatro hijos y logró llegar a Nápoles en un barco de pesca. Ella fue
directamente a la casa de su primo, en el número 25 de la vía Sicani, llamó y
la puerta se abrió. Calfieri estaba en el umbral y los mató a todos.
Atrapó a Gina
Viennato, que entonces tenía siete años, en el corredor del primer piso. Colocó
el cañón doble sobre los labios de la niña y apretó el gatillo; los percutores
sonaron vacíos. Entonces introdujo la cabeza de Gina entre los barrotes de la
escalera y la estranguló, apoyando la joven garganta sobre el tubo de fierro.
A partir de ese
instante, Calfieri ocupaba un puesto en el Consejo de los Ancianos.
Calfieri cambia el contrato y paga a Darakan para que mate a
Bageran. Empieza una cacería que derivará en una secuencia de muertes una más
horrible que la otra. Muere Czeverdian, Darakan mata a su objetivo. Pero hay
algo extraño: la fuente de todas estas muertes, de tantas idas y vueltas,
parece ser el mismo Calfieri, decidido a desprenderse de todos, a llevar a foja
cero toda la estructura mafiosa que maneja.
Fácilmente intuyo (ya que no leí lo suficiente como para
asegurarlo objetivamente) que Darakan
debe ser la mejor novela sobre mercenarios que se haya escrito. Es la típica
novela que hay que leer dos veces, ya que la primera lectura se encuentra con
una narración complicada, hasta confusa: la información fluye con ritmo lento,
hay que tener paciencia. Klotz construye un mundo paralelo pero real; presenta
una verdadera galería humana de horror, gente metida en los asuntos más
sórdidos y secretos: extorsión, corrupción, asesinato. Casi no hay placer,
menos aún felicidad. Es un mundo de reglas cuya justificación ha perecido hace
tiempo, donde el dinero fluye sólo para generar más dinero y pagar a los
matones que lo protegen. Un mundo sin sol, dentro de una noche perpetua, donde
sólo Darakan y sus dos amantes pueden entrever el paraíso.
Pero el paraíso está en el más allá. Darakan, gravemente
herido luego de matar a Stephen, se incinera al detonar una bomba cuando los
hombres de Calfieri lo hallan entre los escombros de su mansión. Shirley, luego
de un shock emocional, es internada en un hospicio regenteado por monjas; entra
en un estado de creciente onanismo hasta que sale de su amnesia: al recordar a
Darakan, se suicida. El niño es puesto a disposición de una amiga de Shirley;
al intentar escapar con el dinero que le roba, es internado en un asilo para
lisiados: huyendo de manera aparatosa por el techo, cae al vacío mientras grita
el nombre de su protector. La novela se cierra con un capítulo de tinte sobrenatural:
un linyera ve a los fantasmas de Shirley y el niño escarbando con sus manos en
el sitio donde yace el cuerpo de Darakan, enterrado por los hombres de Calfieri.
En cierta forma, Klotz brinda a su desoladora novela el
único final posible: una mirada nostálgica a estos difuntos que vivieron una
épica anómala, irrepetible. Estoy seguro que nunca los olvidaré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario