Título: La pesadilla
Autor: Graham Masterton (1946-)
Título
original: The
sleepless (1993)
Traductor: Sofía Coca y Roger Vázquez de Parga
Cubierta: Jordi Vallhonesta
Editor: Planeta (Barcelona)
Edición: 1ª ed.
Fecha
de edición: 1996-11
Extensión: 421 p.; 11,5x18,5 cm.
Serie: Planeta bolsillo #111
ISBN: 978-84-08-01891-9 (84-08-01891-4)
Depósito
legal: B. 39.598-1996
Estructura: 19 capítulos
Información
sobre impresión:
Impresión:
Liberduplex, S.L.
Encuadernación:
Encuadernaciones Roma, S.L.
Información
de cubierta:
El mundo
bajo dominio del mal
Información
de contracubierta:
Graham
Masterton nació en Edimburgo, Escocia, en 1946, estudió periodismo y fue editor
de la revista Penthouse. Empezó a escribir novelas en 1975 y ha publicado thrillers, novelas
históricas y de terror. Ha recibido varios premios, entre ellos el Special
Edgar, y es el único escritor que no siendo francés ha ganado el Prix Julia
Verlanger.
España
es uno de sus países favoritos y sus intereses incluyen la cocina y conducir su
Cadillac blanco. Está casado con su agente, Wiescka, y vive con sus tres hijos
en Epson, Inglaterra.
El juez
O’Brian, famoso por su lucha contra el narcotráfico, es nombrado para ocupar
una vacante en el Tribunal Supremo de Estados Unidos. Pero el helicóptero en el
que se dirige a Washington junto con su mujer y su hija se estrella.
La
compañía de seguros encarga el caso a un investigador, Michael, caso que, en
principio, no presenta grandes dificultades: tanto las Fuerzas Aéreas como la
policía defienden la hipótesis de que el siniestro fue un accidente. Pero las
cosas se complican cuando, pasado algún tiempo, aparece la hija de O’Brian con
señales de haber sido cruelmente torturada.
Extraños
individuos de tez pálida, en los que no hacen mella las balas, empiezan a
perseguir a Michael. Una serie de coincidencias acabarán poniendo el
descubierto una poderosa organización responsable de magnicidios a lo largo de
la historia. La suerte está echada y la sombra del mal sumerge al lector en una
verdadera pesadilla.
Un libro sorprendente. Lo terminé muy
motivado, contento de encontrarme con una novela de terror estimulante, muy
distinta de otras farragosas que representan al género. Dista de ser una obra
maestra, más bien es un amague de obra maestra, pero un amague placentero.
Trataré de explicarlo.
Michael Rearden es un investigador retirado de
una gran compañía de seguros. Vive en una modesta casa cerca de la costa del
mar con su familia, en la zona de Boston, sobreviviendo con la producción de
inventos de dudoso éxito. Carga con el horror de haber investigado la caída de
un avión con centenares de pasajeros, lo que le generó un trauma del cual no
puede salir. Es contactado por un ex compañero de trabajo, Joe Garboden, para
que se involucre en el supuesto accidente que sufrió el juez John O’Brien y su
familia. O’Brien se dirigía en helicóptero a la toma de juramento para integrar
la Corte Suprema de Estados Unidos. Los investigadores creen que fue un
accidente, pero el lector de la novela sabe que no fue así; en un primer
capítulo demoledor, Masterton muestra que los pasajeros y el piloto del
helicóptero fueron brutalmente asesinados por un individuo extravagante, “muy
blanco, vestido de negro y con gafas negras”, que los destroza con una
cortadora de metales. Sin embargo, antes del incendio de la nave, se lleva a la
hija del juez, Sissy. Michael decide participar de las pesquisas de su ex
compañía, creyendo que exorcizará sus demonios; no hace más que multiplicarlos:
la policía de la zona de Boston encuentra el cadáver de Sissy, marcado por las
torturas más aberrantes y con un gato introducido en su recto. También se
encuentra el cadáver de otra chica, que había estado en el vuelo que en su
momento investigó Michael, con los mismos daños corporales de Sissy, lo cual
habla de casos relacionados.
Por casualidad, Michael accede a las fotos de
la tripulación del helicóptero, y se da cuenta que fueron asesinados. Sin embargo,
la policía, las autoridades forenses y la misma compañía de seguros insisten
con la hipótesis del accidente, lo que le lleva a pensar que se encuentra en
medio de una conspiración. Por otro lado, continúa con sus sesiones de
hipnosis; en sus estados hipnóticos, tiene contacto con el “señor Hillary”, un
individuo bizarro, alto, extremadamente pálido, de cabello color hueso y ojos
rojos, y con un irresistible atractivo bisexual. En la vida real, comienzan a
sucederse los asesinatos, entre ellos el de Joe, e individuos parecidos al
asesino de O’Brien aparecen vigilando en todo lugar los movimientos de Michael
y su esposa Patsy. Paralelamente, estalla en Boston una revuelta racial, luego
que un policía mata accidentalmente a un bebé negro durante un operativo
antidroga. En cierto momento, un dúo de esos hombres pálidos de gafas negras
toma de rehén a una mujer, exigiendo la devolución de un dinero que, dicen, les
pertenecía. Un policía trata de liberar a la mujer, pero cuando dispara contra
los secuestradores, las balas no los hieren; estamos en presencia de seres
inmortales.
Joe, antes de morir asesinado por los hombres
pálidos, le deja a Michael un juego de fotos que muestra la presencia de esos
personajes el día del magnicidio del presidente John F. Kennedy, en Dallas. A su
vez, Marcia, la esposa de Joe, le brinda una carta de su marido donde aparece
una lista de nombres y fechas; Michael no tarda en darse cuenta que son los nombres
de famosos líderes políticos y sociales asesinados, una lista que va desde
Lincoln hasta Indira Gandhi. Va quedando claro que el “señor Hillary” comanda
una conspiración a través de la historia, ayudado por sus secuaces vestidos de
negro. Michael se entrevista con Matthew Monyatta, líder de la comunidad afro
de Boston, quien le da la verdadera identidad de Hillary: es Azazel, ese
misterioso ser que aparece en el libro de Levítico, cuya identidad es un secreto
imposible de desentrañar para los estudiosos bíblicos. Según él, Azazel era el
ángel caído cuyo sacrificio llevaría a la expiación de pecados de Israel:
—Bueno —dijo
Matthew—, pues la gente escogió a Azazel para que expiase todos los pecados,
porque era diferente y porque le tenían miedo. Aarón puso las manos sobre la cabeza
de Azazel, luego un hombre se lo llevó a rastras hasta el interior del desierto
atado al extremo de una cuerda y lo arrojó por un precipicio. Todo el mundo
bailó, cantó y gritó en hebreo algo así como: “Estupendo, es el final, todos
nuestros pecados han sido expiados.” Pero resultó que no era así, porque Azazel
sobrevivió. Estaba herido, maltrecho, pero todavía con vida. Y Azazel se pasó
veinte años vagando por el desierto como un nómada, como un vagabundo, y
durante todo ese tiempo tuvo los pecados combinados de todas aquellas personas,
de toda la tribu de Israel, encerrados dentro de él. Sin haber cometido ninguna
falta propia, Azazel era la encarnación de la maldad. Mataba ovejas y camellos,
violaba a mujeres, a niñas pequeñas, perros, a muchachos; pero no se le puede
culpar por ello. Hay que culpar a Dios, hay que culpar a Aarón, porque Azazel
había hecho que la tribu de Israel quedara absuelta de toda culpa, fuera lo que
fuese. Azazel había asumido todos sus vicios, todas sus perversiones, todas sus
culpas.
Los hombres de negro serían los descendientes
de la cruza entre ángeles y mujeres humanas, que siguieron a Azazel como líder a
través de los tiempos. Michael ve que se enfrenta a fuerzas sobrenaturales,
pero tiene que actuar de todas formas: Hillary/Azazel secuestra a su esposa y a
su hijo Jason, y los retiene en un faro abandonado, su cuartel general. Para liberarlos,
tendrá que pasar por una verdadera ordalía de sexo, placer y dolor.
Sexo, placer, dolor. Masterton elabora un relato
con muchas aristas, personajes que van y vienen, subtramas como la rebelión de
los negros o la conspiración a través de los siglos. Sin embargo, terminan teniendo una importancia secundaria, hasta terciaria: el autor guarda lo mejor
para las instancias de tortura y muerte, para el hallazgo de los cadáveres; y
para el sexo: brutal, extremo, tan doloroso como exquisito. Hay un momento
magistral en la novela: Michael se encuentra en la casa de un policía; cuando éste
se retira, se queda a solas con su esposa Megan, una mujer paralítica. Ella también
practica la hipnosis; ambos acuerdan tener un trance juntos, donde vuelven a
encontrar al señor Hillary y sienten su poder. Cuando salen del estado
hipnótico, inesperadamente caen en un irrefrenable deseo mutuo:
Sin decir
palabra, Megan se levantó de la silla de ruedas y, con dificultad, se deslizó
sobre la alfombra. Con una mano retiró la silla de ruedas, y con la otra se
levantó la falda.
Michael se
desabrochó de un tirón los botones de la camisa y el cinturón, y se quitó los
pantalones. Se daba cuenta de que lo que hacía no estaba bien. Estaba traicionando
a Patsy, estaba traicionado al Jirafa. Pero la sangre le bombeaba a través de
las arterias como el agua de lluvia cuando cae por los canalones, y la cabeza
le retumbaba a causa de la excitación.
Megan gritaba
como un pájaro herido. Bajó las dos manos y se quitó las bragas de encaje. Tenía
la vulva hinchada y sonrosada, y muy brillante a causa de la excitación. Desnudo,
Michael se puso encima de ella, con el pene erecto en la mano, y se lo introdujo
a la mujer hasta que el vello púbico de ambos quedó entrelazado y él ya no pudo
empujar más.
La besó,
le lamió el cuerpo y le mordió los lóbulos de las orejas. De un tirón abrió los
botones de la blusa, le metió la mano dentro de las copas del sujetador y le
apretó los pezones. Y durante todo el tiempo la penetraba con fuerza, una y
otra vez, con la erección más enorme e indomable que había experimentado en
toda su vida. Megan no tenía el uso de las piernas, pero tenía el uso de los
labios y de los dedos, y le besaba, le mordía los labios y le recorría la
espalda con las manos. Le separó las nalgas y empezó a tocarlo, a arañarlo y a
hacerle cosquillas hasta que Michael comprendió que no iba a poder contenerse más.
Megan
debió de notarlo también, porque dijo:
—¡Trae!
Y cogió
el pene de Michael con la mano, y le urgió para que se moviera hacia arriba
hasta que consiguió tenerlo montado encima. Comenzó a besarle el pene y a
frotárselo con la mano, cada vez más fuerte, cada vez más rápido. La lujuria
combinada de los dos era como dos trenes expresos lanzados el uno contra el
otro por la misma vía. Cada vez más fuerte, cada vez más rápido.
Llegado a este punto, Masterton remata la
escena con el porno más directo y glorioso:
Michael
llegó al clímax, un clímax bombeante, espeso y blanco, chorro tras chorro. Megan,
presa del éxtasis más extraño, dirigió la eyaculación hacia su propia cara: las
pestañas, las mejillas, el pelo, los labios. Cuando todo hubo terminado parecía
que la hubiesen decorado con temblorosas perlas.
Inmediatamente, Megan afirma que fueron poseídos
por Hillary para tener sexo, mientras que Michael le pide disculpas por haber
violado su matrimonio. Me parece que aquí Masterton juega con la culpa de la
misma forma que hizo con todos los grandes y pequeños temas que aparecen en la
novela: la presenta formal y decorosamente, pero en el fondo es simplemente un señuelo para incitar al lector a iniciarse en el morbo de las bajezas y placeres humanos. Masterton
se muestra como un maestro juguetón, que simplemente da muestras de un
conocimiento amplio y profundo del fantasma universal de la libido y el terror.
Es como si dijera: “Pude haberles dado una obra maestra, pero preferí dejarles
una novela retorcida, constipada de escenas y argumentos, pero que deja
abiertas algunas ventanas a lo atávico y a lo demoníaco que todos tenemos”. Quizás
esa sea la clave de todo gran escritor de terror: hacernos creer que alguien
como Masterton es, en realidad, el inmortal Azazel.
Miremos alrededor que nos vigilan unos tipos
de anteojos oscuros.
SOBRE EL AUTOR:
Realmente es una pena que los libros de Graham Masterton traducidos al español sean tan pocos. Publicó ficción histórica en la
línea de Harold Robbins (Heartbreaker, Rich, Railroad,
Solitaire,
Lady
of Fortune, Lords of the Air), crimen (la saga de Katie Maguire), desastres
naturales (Plague, Famine), thrillers de intriga
política y espionaje (The Sweetman Curve,
Ikon, Condor, Sacrifice, Chaos Theory)
y hasta guías para tener buen sexo. Pero sobre todo es conocido por sus novelas
de terror, empezando por The Manitou
(1976), ya un clásico del género, que derivó en una saga de siete títulos. Novelas
llamativas son The Hell Candidate
(1980), publicada bajo el seudónimo de Thomas Luke, donde el mismo Satanás se
candidatea a la presidencia de Estados Unidos, o Tengu (1983),
donde los poderes de un demonio son convocados para vengar al Japón de las
bombas de Hiroshima y Nagasaki.
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